Según el autor Rafael Días-Salazar, la situación internacional es inaceptable, de manera que tenemos que rebelarnos para cambiarla. Ahora, cada uno busca su salida individual aunque es el momento de cambiar este modelo de sociedad. Estamos en una crisis general: es la crisis del sistema que no puede seguir funcionando así puesto que tenemos que construir un nuevo mundo más justo. Somos los actores de este posible cambio, ya que no es un problema de recursos sino de repartición. Hay que cambiarla. En efecto, existe bastante dinero para luchar contra la pobreza cuya mayor causa es las desigualdades, o sea el reparto injusto de esa riqueza mundial, según R. Días-Salazar. Pero la lucha contra la pobreza no es una prioridad para ningún país, tanto del Sur como del Norte. Los países del Sur buscan su desarrollo sin dar demasiada importancia al nivel de vida de la totalidad de su población, sin promover una repartición justa de la riqueza. Y los países del Norte siguen una conducta hipócrita, ya que conceden ayudas financieras a países del Sur (AOD etc.) y al mismo tiempo explotan los recursos de esos países, subvencionan sus producciones, piden el reembolso de las deudas de los países del Sur (con altos servicios de la deuda soberana)… Entonces, estamos al fin de una era, tenemos que cambiar para no caer. El autor empieza por tratar las desigualdades internacionales, haciendo una constatación de ellas y después expone propuestas para disminuirlas.
En el primer capítulo de su libro, el autor hace un gran resumen de las desigualdades internacionales, o sea de la repartición (injusta) de la riqueza mundial.
En efecto, lo que llama la atención delante de las cifras que él expone es la concentración importante de riqueza en una pequeña parte de la población frente a un número importante de pobres (un ejemplo: 20% de los más ricos retienen los ¾ de la riqueza mundial y los 20% más pobres sólo 1,5%). Se aprecia una acumulación de la riqueza en mano de una minoría de la población, pero la emergencia de algunos países del Sur no va contra este fenómeno.
En efecto, la riqueza no está solamente concentrada en los países ricos sino también en las manos de algunas personas de los países del sur (ejemplo: el hombre más rico del planeta es un mejicano). Además, los países empobrecidos tienen una repartición de la riqueza nacional muy desigual e incluso peor en comparación a los países del norte. Esos países tienen un sistema fiscal muy débil, por eso, los ingresos y beneficios sirven para crear nuevos millonarios pero no aumentan el nivel de vida de toda la población y no disminuyen la pobreza.
El comercio internacional favorece esa concentración de riqueza lo que impide una redistribución de los beneficios empresariales (por ejemplo, muchas de las grandes empresas transnacionales escapan de controles fiscales).
A pesar del desarrollo económico de algunos países del Sur, la desigualdad internacional crece cada década más, se consolida y avanza. Y es mucho peor si hablamos de “pobreza multidimensional” es decir si incluimos varias dimensiones en la idea de pobreza: ingresos, salud, nutrición, educación, vivienda, saneamiento, accesos a electricidad y agua etc.
Entonces, es necesario cambiar el sistema completo para lo que el autor propone algunas pistas para empezar un cambio de sociedad y alcanzar un mundo más justo.
Luego, el autor expone distintas soluciones para reducir las desigualdades: soluciones a nivel internacional pero también a nivel nacional (dentro de los países del sur).
Ya existe una Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) pero es insuficiente, de manera que los países de la OCDE tendrían que fijar unos mínimos, además de asegurarse de la distribución eficaz de esa ayuda (que debe servir para la mejora de los servicios sociales básicos).
Hace falta también reformar el comercio internacional. Los países del Norte tendrían además que acabar con los subsidios a sus producciones y exportaciones, porque de esa manera sus productos son más baratos que los de los países del Sur incluso en esos mismos países. Así que, eso impide el desarrollo de las producciones y de las estructuras de producción de los países del sur y empobrece a los campesinos. El comercio internacional para ser más justo debería mejorar el acceso a las exportaciones de los países pobres y regular los precios porque estos países bajan siempre los precios para exportar, de manera que provoca el empobrecimiento de las poblaciones aunque sean más productivas.
Además, las deudas externas de los países del sur constituyen un verdadero problema. El pago del servicio de la deuda puede a veces representar más dinero que los gastos en educación y salud. Por eso, los estados prestadores tienen que anular estas deudas o instaurar una moratoria de los pagos de deuda para que los países en vías de desarrollo puedan luchar contra la pobreza, el hambre, las enfermedades etc.
Una de las grandes soluciones al mal reparto de la riqueza mundial es el establecimiento de un impuesto internacional. Hay varias propuestas, por ejemplo la tasa Tobin que consiste en cobrar un porcentaje en cada transacción financiera internacional (al principio este impuesto fue pensado para evitar una crisis financiera, pero el ingreso podría ser utilizado para luchar contra la pobreza). El autor habla también de impuesto sobre el petróleo por la aviación. Sin embargo, la única propuesta de impuesto que tuvo un cierto éxito fue la tasa a billetes de avión (que existe ahora en 18 países): lo recaudado va a un fondo contra el sida, la malaria y la tuberculosis. Es cierto que es necesario regular la fiscalidad internacional. En efecto, hay muchos paraísos fiscales (incluso ingresos que provienen de países del sur quedan en esos paraísos fiscales), y todo este dinero podría servir a las economías de los países del Sur, o sea para reducir las desigualdades.
Además, los gastos militares son desproporcionados frente a su eficacia. Estos gastos han aumentado pero la seguridad mundial no ha seguido el mismo camino. Entonces, los Estados deberían fomentar el desarme, impulsar la reconversión en economía civil y utilizar este dinero para la lucha contra la pobreza.
Por otra parte, hace falta tener en cuanto al ámbito ecológico. El sistema actual destruye ecosistemas y necesita una fuerte explotación medioambiental de los bienes naturales. Los países del Norte explotan también los recursos de los países del Sur, exportan sus residuos tóxicos a países pobres etc. por eso tendrían que pagar una deuda ecológica. Así que, una regulación de la extracción de recursos naturales es necesaria pero no sería suficiente, puesto que habría que reorientar la globalización desde la perspectiva de la deuda ecológica. Es necesario cambiar de sistema de producción.
Pero los países del sur tienen que llevar a cabo reformas a nivel nacional también. Un entorno internacional favorable a la lucha contra las desigualdades no es suficiente si los gobiernos de los países pobres no desarrollan políticas públicas que dan prioridad a las necesidades de la población; o sea políticas en los ámbitos de la educación, salud, producción agraria e industrial, vivienda etc. Para eso, un Estado social fuerte es importante. Los gobiernos de esos países tienen que desarrollar políticas de redistribución y fiscal eficaces, así como luchar contra la corrupción. Para erradicar la corrupción, un real poder judicial independiente es indispensable. De esta forma, las ayudas internacionales recibidas serían eficaces porque llegan a las personas buenas.
En un contexto de globalización, los países del sur deben crear alianzas regionales entre países en vías de desarrollo y crear así contrapoder internacional para fortalecer la cooperación entre ellos.
Por fin, los países en vías de desarrollo no deben seguir el modelo de desarrollo de los países del Norte que el autor llama “maldesarrollo” porque son responsables de la catástrofe ecológica actual. Tienen que buscar modelos de desarrollos alternativos para lo que existen diferentes propuestas: alter mundialistas, “ecoindifenismo”, “ecobudismo” etc.